lunes, 9 de noviembre de 2009

UN MUNDO SIN BARRERAS

Recordar la historia es un ejercicio necesario; pero no aprendemos.

Con excusa del 20 aniversario del derrumbe del telón de acero, por la unificación, mejor dicho, la absorción del lado este de Alemania en la entonces RFA, pretendió dar un nuevo aire libertario a una sociedad oprimida, adscrita al lado comunista, que durante 28 años fue una vergüenza para el mundo.

EL 9 de noviembre de 1989 una oportunidad se cernía sobre familias enteras, un sueño para las familias que fueron partidas en dos, por kilómetros de hormigón y que ante la apertura de las fronteras acudieron en masa hacia el lado oeste, ansiosos por alcanzar la anhelada libertad.
No olvidemos a algunos que perecieron en el intento durante décadas enjaulados en esa parte y que necesitaban escapar hacia el lado occidental, por supervivencia.

Hubo un antes y un después de aquel acontecimiento llevado a cabo por las personas y no por los políticos, que siempre van por detrás, pero que no dejan de ponerse medallas en días como hoy en la puerta de Brandenburgo. Los fastos embriagadores de lo que supuso simbólicamente el final de la Segunda Guerra Mundial y la llegada del sistema de la Unión Europea, que hoy ya engloba a más de 25 países, algunos satélites de la entonces órbita soviética.

Las emociones, las impresiones de aquel hito no resta una crítica a la tolerancia que tenemos con otras construcciones similares, como en la franja de Gaza los isralíes, como pretexto del integrismo islámico, o en la frontera mexicana por la inmigración ilegal impidiendo que lleguen a Estados Unidos, o incluso, aquí mismo, en territorio español, separando Melilla con Marruecos.

Por eso, sí, congratularnos por lo que supuso el abrazo entre hermanos después de años en aquella época de Guerra Fría, pero no seamos pasivos con lo que nos rodea hoy.
Porque hay que derribar los muros mentales: es prioritario.

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